Las mujeres sin cabeza


Las mujeres sin cabeza

Reflexionando sobre un estereotipo femenino, un análisis personal sobre la exposición de Germán Toloza de 2018 y los tres textos curatoriales que la soportan. Muestra Realizada en el Museo de Arte Moderno de Bucaramanga.


“En Bucaramanga pasan cosas” es una de las frases que, comúnmente, usamos en 2entesmagazin arte y cultura; desde este proyecto, tanto Jimmy Humberto Fortuna Vargas, como quien les escribe en esta ocasión, hemos buscado contextualizar y empezar a hacer un registro de gran parte de lo que sucede en nuestra ciudad. Un proceso de registro de documentación estética, ejercicio libre desde el arte en el que nos hemos dado a la tarea de asistir a los más relevantes espacios de exposición que poseemos los bumangueses; creo que nuestra percepción de la estética se ha enriquecido y nos ha hecho empezar a ver el arte desde múltiples perspectivas. Confieso que nunca me he visto como crítico y menos como escritor, por eso los invito a que vean mi texto, este texto, nuestro texto como una necesidad, la necesidad de entender qué está sucediendo con el arte y los artistas y por qué es importante pensar el arte en Bucaramanga.  Para iniciar, quiero tomar como referencia y punto de partida la obra del maestro Germán Toloza, expuesta anteriormente en el Museo de Arte Moderno de nuestra ciudad.  Muestra titulada “Estereotipos Femeninos”, exposición con museografía del maestro Carlos Julio Quintero y María Cristina Úsuga Soler. De entrada, quiero decir que me encanta la actitud del Museo de Arte Moderno de posibilitar y abrir sus puertas para que todo tipo expresiones, en este caso pictóricas, tengan la oportunidad de ser expuestas y para que nosotros, los parroquianos y observadores, empecemos a generar juicios críticos sobre el papel de los artistas en nuestro entorno globalizado. Hablar de esta exposición no es solo hablar de pintura que, en realidad, es de lo último que quiero hacer por no considerarme experto en el tema; para hacerlo, tendría que remitirme a la historia del arte, a las fricciones, filiales e inscripciones que utiliza Toloza en su proceso creativo. Es probable que, en algunas de las líneas, pueda llegar a tratar de hacerlo, sin embargo, no es el tema de profundidad.  Debería, si pensamos que la exposición fue concebida desde la pintura por ser el resultado de un doctorado en esta área. Otra de las cosas, o estados, o situaciones que serán referidas en este texto y están dirigidas en algún momento de forma punzante, serán la de reflexionar sobre los múltiples debates que conciernen a la presencia del cuerpo de la mujer en la representación pictórica simbólica del arte.

En nuestra página de Instagram publicamos una imagen en la que se dejan ver de fondo dos páginas de un periódico amarillista de nuestra ciudad, en los cuales se  ven dos chicas en traje de baño; en la imagen, casi de forma descuidada y a propósito, una lata de cerveza Águila y al lado de ella, dos muñecas Barbie, una de las cuales deja ver su ausencia de genitalidad a la cámara, La imagen se acompañó con un texto refiriendo a una tarea, tarea en la que mencionamos que, como docentes, proponemos resolver un interrogante, invitando a las personas que vieran la imagen posteada a que nos dijeran a qué muestra, o qué artista, o exposición recientemente realizada en nuestra ciudad podría remitir la imagen. El ejercicio nos permitió identificar dos o tres cosas: una de ellas es que necesitamos más seguidores en nuestra página de Instagram; la segunda, que muy pocos artistas están interesados en publicar opiniones o sus opiniones en redes sociales; y la tercera, la importancia de que empecemos o continuemos los debates sobre el arte y la estética local en espacios formales paralelos a la sala de exposición.  Dos de los osados que se atrevieron a opinar, el primero a favor, casi neutral y otro en contra; los dos acertaron a qué refería la imagen en cuestión. La primera opinión afirma que las Barbies son una homología de las chicas Águila, la cerveza se repite y las fotos del periódico de fondo refuerzan el concepto; un punto de vista válido y respetable en el que el artista que opina hizo la tarea.  El segundo, se va por la parte técnica, justificando la presencia de las Barbies a través de una exposición realizada por la señora Gloria Zea en su dirección del Museo de Arte Moderno de Bogotá;  también contando que las latas de cerveza las relaciona por el lado de la cultura popular y que le remiten a las sopas Campbells que usara, con gran éxito, Andy Warhol en el arte pop,  así también hace mención  al artista Álvaro Barrios y su constante uso de la obra o apropiación de la imagen publicitaria y la obra del otro; el segundo en opinar invita al Canal a hacer una crítica responsable sobre la exposición. Hasta aquí todo está muy bien, y me alegra que una muestra de arte realizada en nuestra territorialidad logre mantener vigencia y espíritu de diálogo semanas después de su finalización. Bien por el maestro Toloza, sin embargo, lo que se ve y lo que en apariencia no se deja ver también son fuente inagotable y necesaria de diálogo entre nosotros.

Uno de los principales detonadores de este texto es una publicación viral en redes sociales en las que una agencia o portal AJ + Español publica un video titulado “Las mujeres sin cabeza”, el cual inicia haciendo una pregunta: ¿Notas que hace falta algo? y continúa con un sinnúmero de imágenes recopiladas de proyectos cinematográficos, especialmente, afiches de publicidad en los que se promocionan proyectos en los cuales todos poseen un hecho en común y es que se retratan cuerpos femeninos mutilados; a mutilados no me refiero a que sean películas de terror, pues son la publicidad de algunos éxitos en taquilla y de televisión construidos y percibidos para toda la familia, pero que tienen en común a mujeres o imágenes de mujeres fragmentadas en los que la cara o identidad del sujeto ha sido eliminada y reducida a un pedazo de carne para llamar la atención.  El proyecto tiene un objetivo y es hacer que el observador común tome conciencia de lo que sucede con la representación femenina dentro del imaginario occidental. En este caso, Hollywood.  Lo curioso es que las imágenes no solo refieren a comedias dirigidas para adultos; por ejemplo, resaltan dentro del proyecto la icónica imagen publicitaria “The American Beauty” en la que el ombligo de una de las protagonistas es la imagen central. Para todos nosotros es absolutamente natural.  Yo diría que el ombligo no tiene la culpa, pero en relación a lo que se ve y a lo que la imagen proyecta sí se debe analizar a profundidad.   El proyecto de AJ + Español hace un señalamiento, no juicio moral que nos hace pensar; y si este debate se puede dar en Hollywood en la era del Yo también, porque no darlo en esta nuestra periférica ciudad del casi sur del mundo. El video artículo refiere cómo dentro de nuestra sociedad estas formas sutiles de cosificación son totalmente aceptadas; si bien deshumanizan a la mujer, demuestra que hemos llevado cuerpo y propósito sexual casi a lo banal. Para lanzar responsables a todos, esta discusión también la tienen que dar los colectivos y especialistas en el tema, a los cuales invito, e invitamos a que reflexionen las imágenes, las verbalicen y las articulen a través de textos.  En definitiva, ya es hora de que empecemos a convertir las opiniones de corrillo en reflexiones sobre el papel del arte y la estética en nuestra localidad.

La artista Olga Lucía Tijo me dijo, en alguna conversación, que todos los artistas tienen derecho a su fijación. Por ende, a sus pequeñas perversiones. En su texto justificatorio de la exposición “Estereotipos Femeninos”, el doctor Luis Armando Buendía de la Universidad Politécnica de Valencia expresa la fascinación por las mujeres que posee Toloza, mencionando que el autor varón puede justificar su función de investigación en la fragmentación o en el análisis aparentemente profundo de un segmento de la corporalidad, sin embargo, más abajo, en el cuerpo del texto, en el mismo párrafo iguala cuerpo y mujer con lugares como playas y objetos como azulejos; esto me lleva a pensar que el cuerpo y objeto son lo mismo, un fetiche en la representación. Buendía curiosamente justifica la obra de Toloza en el hecho de ser latinoamericano, pues menciona la influencia de las chicas Águila y cómo, solo aquellas mujeres que tienen un peso emocional para el autor, pueden ser consideradas personas, por lo tanto, retratadas y aquellas que no lo son o que solo son objeto del deseo, simplemente, son una fracción ideal, el objeto a poseer.  En este punto del texto,quiero empezar a ver la posibilidad de entrar en el espectro del análisis formal, pues como se mencionó en la introducción, la muestra no es simplemente una exposición más, es el resultado de un proceso pensado de años de investigación dentro de un doctorado. Al finalizar el texto, de forma elegante el doctor Buendía, funge de un Pilatos y menciona que este debate que se articula corresponde a un antiguo relato originario que, si bien es cierto, podemos llegar a replantear; en lo que no estoy de acuerdo es que también lo menciona como melancólico; creo que en el año en el que la manada ha sido evidenciada, este debate tiene más de político, cultural y social que de melancólico o anacrónico. Considero que el reporte realizado por el doctor Buendía no le aportó al proceso de Germán Toloza, pues no logra llegar a un análisis profundo sobre las ricas posibilidades de reflexión en cuanto al tema en exploración y autoexploración en búsqueda y real intención de la imagen dentro de un contexto local y de la importancia de pensar la pintura y el cuerpo de la mujer más allá de la objetualidad.

Mirada y ser mirada, como cuando una mujer le dice a otra que tiene la culpa por ser violentada. El segundo texto de la exposición fue realizado por María Cristina Úsuga Soler, historiadora UIS. Desde su función poética, introducir al lector no colombiano en una territorialidad macondiana en la que justifica el patriarcado y el machismo presente en la educación heteroformativa implícita en la exposición. Repito nuevamente que para mí y mi humilde percepción, Germán Toloza es interesante, no tanto desde su realización técnica pictórica; más bien desde el debate que incita por la temática que plantea en ella.  Usúga habla de arraigo, por lo tanto, alude a patrimonio inmaterial desde ese discurso implícito en la médula de nuestra cultura como algo genético casi imborrable; con ella, concuerdo en algo, tiene mucho de lucidez la obra de Toloza; es una exposición que funciona perfectamente desde la contemporaneidad y que en su componente conceptual aluden y posee lo que se espera de una obra de pasado el siglo XX. Pero en lo que no estoy de acuerdo con la escritora, es en su afirmación de una supuesta revisión desde los estereotipos y de la pretensión de romper con ellos; hasta ese lugar aún no llega la obra de Toloza porque en los muros del Museo simplemente pudimos observar una reproducción fiel de la mirada masculina. Un solo estereotipo que definitivamente es ofensivo. Al mencionar en el texto qué parte de la responsabilidad de la reproducción de los modelos de crianza pertenece a las mujeres, Usúga está justificando la cosificación del cuerpo femenino, objetualización del mismo y, por lo tanto, permitiéndole a Toloza pensar que, con el hecho de reproducir tal cual un estereotipo de lo que “debería” ser la imagen de la mujer, ya está resolviendo preguntas filosóficas profundas que quizás podrían llegar a ser pensadas y ejecutadas en la pintura desde una perspectiva mucho más profunda si la reflexión fuera desde la perspectiva de género y desde la realidad que construimos con el cuerpo de la mujer, construcción influenciada por los medios de comunicación y la historia del arte occidental.

Si ustedes están leyendo este texto, y yo, ya con media fanaticada en contra y sobre mis espaldas,  espero estar generando en ustedes la necesidad de hacer una revisión de esta exposición.  En el tercer texto que se encuentra consignado dentro del catálogo titulado “La piel del deseo”,  Martín Alonso Camargo Flórez filósofo y magíster en semiótica de la Universidad Industrial de Santander, sutilmente y con respeto le dice a Germán Toloza que su pintura postconceptual de la década de los 90 es mucho más interesante que los estereotipos femeninos que realiza en la actualidad. Me voy a permitir hacer la siguiente cita extensa:  hace algunos años, puntualmente en el 2009, esbocé un texto en el que me arriesgué a afirmar que con su obra de finales de la década de 1990 Germán Toloza había sido el primer artista en implementar en la pintura santandereana estrategias postconceptuales. Según Camargo, Toloza logró, en ese momento, recubrir con una sutil membrana el plano pictórico que los artistas de esta región habían utilizado como fondo neutro y sobre el cual se proyectaba una gran cantidad de figuras o representaciones, logrando con esa aparente ausencia de representación enriquecer el lenguaje pictórico, dinamizando y volviéndose uno de los protagonistas del arte contemporáneo local. Camargo, como el máximo exponente de la curaduría local y totalmente acertado desde mi opinión en sus aseveraciones, no quiere decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero para mí el texto “La piel del deseo” o por lo menos su primera parte es casi un llamado de atención en el que el filósofo le pregunta al artista qué pasó con esa exploración intensa profunda política y dinámica que llegara a generar una década atrás, cómo eso tan bueno se convierte en la exaltación de lo aparentemente superficial en una mirada evidente del deseo y casi enajenante que olvida un proceso profundo de exploración de la técnica, tratando de migrar lo pictórico - postconceptual a lo pictórico ausente de análisis profundo de la imagen desde el concepto, la filosofía y el proceso histórico en relación al estereotipo y la mirada que a Toloza  trata de hacer sobre su imaginario de la mujer en occidente. Pintar tetas, culos, para un artista de la trayectoria de Toloza, en teoría, debería ser más que eso, pues en las superficies actuales emergen otro tipo de imágenes. Camargo trata de salvar la obra la exposición a través de su texto, afirmando que la pintura se debe infiltrar por la singularidad existencial de las relaciones afectivas y por el cariño y no codificado que sólo se profesa a personas concretas; esto es muy cierto, toda arte termina siendo autobiográfico. El que conoce la obra de Toloza y nosotros que lo podemos reconocer desde su historia como artista, director de carrera de Bellas Artes de la Universidad Industrial de Santander, lo vemos con los ojos del cariño,  de la filiación y del reconocimiento de su proceso previo como uno de los persistentes y constantes artistas de la región;  sin embargo, esto no le quita la responsabilidad al artista, pues quien no lo conoce como persona y observa una obra en la cual no es claro el texto de autorreferenciación se llega y se debe cuestionar sobre el papel del artista y la imagen que expone y cuando se expone. Es aquí cuando empiezo a hacerme una pregunta, será que el problema no es la obra de Germán Toloza, sino la forma como está dispuesta, montada y cómo los textos curatoriales que acompañan la investigación del proceso no son lo suficientemente visibles dentro del espacio expositivo para lograr acompañar una lectura correcta de lo que la imagen quiere contar en esta contemporaneidad que nos abruma, en este tipo de trabajo que son postconceptuales, enmarcados e insertos dentro de un proceso de investigación de doctorado; los textos museográficos deben tener múltiples fuentes y enfoques, quizás desde la filosofía y el feminismo, llevándonos a pensar cómo la imagen construida por el hombre que pinta puede llegar a ser resultado de su cultura y educación impuesta por el modelo heteropatriarcal predominante en nuestra ciudad, pero como diría uno de los grandes filósofos de occidente, un hombre debe ser juzgado por lo que logró hacer con lo que hicieron de él.

Para finalizar y tratar de entender el actuar. En 1973 la artista Ana Mendieta realiza una acción performativa, en realidad una serie acciones performativas sobre un tema álgido que sigue vigente, violencia contra la mujer, más específicamente sobre la violación, obras que emergen debido a una agresión sexual sucedida en el campus de una universidad de Iowa en Estados Unidos en la que una mujer cercana a Mendieta fue violentada, violada y, posteriormente, asesinada.  Ana Mendieta invita a sus amigos y compañeros universitarios a su apartamento a observar una acción crítica planteada para reflexionar sobre esta situación; según el texto consignado en el libro “El cuerpo del artista”, esta acción titulada “Rape Scene”, muestra a la artista acostada sobre una mesa; ella, desnuda de la cintura hacia abajo, con una iluminación puntual y en el suelo, junto a ella, se encontraban platos rotos y fluidos corporales. Las partes que se dejan ver de su cuerpo están manchadas de sangre, también con las manos atadas y apoyada sobre la mesa.  En esta pieza la artista, quien se identifica directamente con la mujer víctima, presta su cuerpo como objeto anónimo en una escena que usa lo teatral, pero que está viva.  Esta acción performativa que puntualiza y construye una escena post-violación buscó chocar al espectador y a los códigos de silencio que convierten el acto en algo anónimo que niega la identidad de la persona  al proceder de la performatividad o al encontrar en ella  un filiación fuerte; me veo abocado en buscar y encontrar algunas piezas que me permitan entender la incomodidad que me genera la muestra de Toloza, “Rape Scene”  de 1973, pero vigente aún en 2018, no es una pintura de las chicas Águila, un afiche promocional, ni de cerveza, ni una película o serie de televisión, pero ilustra perfectamente la objetualización del cuerpo, la cosificación del mismo y la naturalidad que generan las imágenes cuando no pensamos profundamente en ellas. En 1980 John Duncan compra en México un cadáver femenino y realiza un registro en video, copulando con el mismo, una imagen grotesca o fuerte, posterior a esta experiencia que, según el artista, le generó una intensa e indescriptible repugnancia hacia el mismo;  Duncan, a su regreso a Estados Unidos, se somete a una vasectomía y afirma, según él, que su última semilla se quedará en el cuerpo de la mujer. El artista se aseguró de realizar un registro de su proceso quirúrgico  Y posteriormente realiza una exposición titulada “Blind Date”, según él, para explicar qué sucede a los hombres que son educados en un entorno heteropatriarcal del cual somos producto los hombres en occidente; este segundo ejemplo que utilizo para pensar el cuerpo como objeto en la representación, me lleva a cuestionarme sobre la utilización de la imagen que, en este caso, Duncan lleva al límite y nos deja ver cómo, a través de su narración y su acción, se repiten los modelos de opresión impuestos por la imagen en lo que es y debería ser socialmente aceptado;  en la narración y registro de la acción solo se muestra la cara de Duncan y su horizontal cuerpo sobre una camilla, mientras el médico realiza el procedimiento quirúrgico; el nombre de la mujer mexicana que fue utilizada para la acción performativa no aparece registrado en el contexto histórico, pues ese cuerpo que fue violentado previamente, que es violentado para la acción y que sigue siendo violentado dentro de la narración histórica simplemente cumplió como un cuerpo social en el que el artista reafirma su masculinidad en el arte y que en lugar de humanizar a un sujeto lo convierte en objeto mórbido de una historia.  Con estos ejemplos, uno desde la posición de una artista mujer y otro por una acción performativa realizada por un hombre, los invito nuevamente a que reflexionemos sobre el papel del cuerpo en el arte, y  de la actual ausencia  de la inocencia de la imagen en la  pintura postconceptual.


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