2025 COCO Exposición Rafael Prada Ardila y Gustavo Gómez Ardila - Auditorio Luis A. Calvo – Universidad Industrial de Santander (UIS)
2025 COCO Texto reflexión: COCO: Dulzura amarga para tiempos de trabajo
Muestra en La Dirección Cultural de la Universidad Industrial de Santander -Programa Nuestras Salas, Una instalación de Milton Afanador Alvarado jueves 13 de noviembre de 2025 🕓 4:30 p.m. Salas de Exposición Rafael Prada Ardila y Gustavo Gómez Ardila - Auditorio Luis A. Calvo – Universidad Industrial de Santander (UIS)
COCO es una instalación que explora la tensión entre memoria, materia y poder, inspirada en el busto Coco (1949) del artista santandereano Carlos Gómez Castro.
Durante este último año, convertí esa inquietud en una investigación plástica. Trabajé, bocete, dibuje, escanee, trabajé con acero inoxidable, lámina galvanizada, concreto y retales: materiales duros, fríos, papel, sellos, latones pesados… como las estructuras del mundo laboral contemporáneo. Pero también quise que el proyecto oliera a tinta, a aerosol, a hogar, a tierra, a trabajo humano. Por eso elegí el cacao: esa semilla que en Santander guarda memoria de esclavitud, resistencia y resiliencia, de manos que aún hoy cultivan el sabor que el mercado endulza y olvida.
Ocho esculturas en forma de vainas de cacao, dieciséis collages pictóricos, muchos esténciles, más de doscientos Post-it, pegatinas y un par de docenas de monedas de chocolate comestible conforman este universo.
Cada pieza es una metáfora, una huella, una pregunta: ¿De qué estamos hechos cuando el trabajo se vuelve la única forma de existir? ¿De qué color es la libertad cuando la pintamos con cacao, cemento y tinta? ¿Dónde están las investigaciones sobre la representación del otro en el arte local?
De inmediato pensé, que Coco, es parte de mis preguntas constantes, soy consecuente, del pasado próximo, por lo menos de los últimos 20 años, en esta misma sala, en el 2005, cuando, expusimos 100% americano, una identidad otro pueblo. En el que todo empezó. Y en el que me preguntaba y me sigo preguntando sobre las performatividades del otro, el que habita la calle en el espacio público. Con la obra Fino guardián, de mi proyecto de grado.
Por eso, Coco, hoy no es solo una instalación; es también una invitación a repensar los símbolos que heredamos: el niño, la semilla, el sudor, la dulzura. He querido que las esculturas, las imágenes en serie, parecidas a certificados notariales dialoguen con la historia del arte santandereano y, al mismo tiempo, con los debates contemporáneos sobre el antinatalismo, la teoría queer (cuir) y el trabajo asalariado como nuevas formas de esclavitud moderna. Semillas que no eclosionaron, inspiradas en el legado de una de mis escultoras favoritas: Feliza Bursztyn.
En este recorrido también me interesa abrir la mirada hacia los cuerpos disidentes, los cuerpos queer, cuir, que cuestionan las narrativas hegemónicas de género y trabajo, desarmando la idea de que solo existe un modo legítimo de vivir, producir o amar. El antinatalismo aparece aquí como un gesto político y estético: la decisión de no reproducir no es ausencia, sino creación de otros futuros posibles, semillas que germinan en formas distintas de comunidad. Y la esclavitud moderna, disfrazada de contratos y métricas de productividad, nos recuerda que la dulzura del cacao sigue cargada de amargura, que el mercado aún se alimenta de cuerpos invisibilizados. Coco quiere ser entonces un espacio para pensar cómo resistimos desde la fragilidad, cómo inventamos ternuras que se rebelan contra las cadenas del presente.
Sé que suena complejo, pero en el fondo es sencillo: hablo de los cuerpos que trabajan, de los cuerpos que aman, de los cuerpos que deciden no reproducirse, de los cuerpos que han sido invisibilizados, de los cuerpos que crean. De las semillas que no germinan.
Mi papá tenía un taller de exhostos, y fue allí donde aprendí el lenguaje del metal, el calor del fuego, la paciencia del pulso. En cierto modo, este proyecto también es un homenaje a él: a su taller, a su oficio, a la manera en que el arte y el trabajo manual pueden encontrarse sin jerarquías.
Y si en 2013 mi proyecto Moliendo se centró en el maíz como alimento materno, ahora Coco habla del cacao como alimento paterno: una semilla amarga, fuerte y resistente, como lo somos quienes seguimos creyendo en la potencia estética del territorio.
No quise hacer una exposición cerrada en sí misma. Por eso, tendrá una segunda parte, “claro si hay presupuesto o una beca”, en esta ocasión tendrá una visita guiada, un taller de fanzine y collage, y un conversatorio donde el arte se morderá con el pensamiento, como una tableta de chocolate que se derrite despacio. Allí seguiremos explorando cómo el arte puede cuestionar las estructuras que parecen naturales, cómo puede volver visible la fragilidad, la ternura y la ironía en medio del cemento.
Ustedes están frente a una serie de obras que son honestas en la medida que son mis ejercicios de taller de este año, certificaciones arrancadas de mi libreta de dibujo, algunas de ellas que se alejan del virtuosismo o la maestría, pero que son ejercicio honesto plástico y conceptual de mis sesiones de taller y reflexión dese el hacer.
A la comunidad académica de la UIS, al equipo del Auditorio Luis A. Calvo, y a todas las personas que colaboraron en la realización de esta muestra.
Y a quienes hoy están aquí, dispuestos a dejar que el arte les hable desde lo dulce y lo amargo, desde lo bello y lo incómodo.
Porque el arte, como el cacao, necesita tiempo para fermentar. Solo así se vuelve aroma, sabor, memoria. Solo así puede recordarnos que la belleza también puede ser resistencia.
Hola a todes, todas y todos. Gracias por estar aquí, compartiendo este espacio con olor a chocolate con especias, esténcil, aerosol y metal.
Mi nombre es Milton Afanador Alvarado, y hoy presento Coco, un proyecto que nació del asombro, de la duda y del deseo de entender un pedazo de mi territorio a través del arte.
Todo comenzó un día frente a una escultura: el busto de Coco (1949), del artista santandereano Carlos Gómez Castro. Esa figura, busto de un niño afrodescendiente me miró con una intensidad que me incomodó y me conmovió. En ese rostro había algo más que una representación: había una historia condensada de trabajo, de esclavitud, de dulzura y de dolor. La historia de la representación del otro en el arte Santandereano de unas décadas atrás, el obrero, el negro, el marica, la trans, entre otras.
Me pregunté si aquel niño, esculpido y fundido hace más de setenta años, nos habla hoy sobre las mismas situaciones, solo que con otros nombres: contrato, salario, rendimiento, productividad. Estrés laboral, precarización en el mundo del arte. Así empezó este proyecto: como una conversación con Coco, como un intento de escuchar la voz de un niño que tal vez nunca fue escuchado del todo y el otro que no fue representado.Durante este último año, convertí esa inquietud en una investigación plástica. Trabajé, bocete, dibuje, escanee, trabajé con acero inoxidable, lámina galvanizada, concreto y retales: materiales duros, fríos, papel, sellos, latones pesados… como las estructuras del mundo laboral contemporáneo. Pero también quise que el proyecto oliera a tinta, a aerosol, a hogar, a tierra, a trabajo humano. Por eso elegí el cacao: esa semilla que en Santander guarda memoria de esclavitud, resistencia y resiliencia, de manos que aún hoy cultivan el sabor que el mercado endulza y olvida.
Ocho esculturas en forma de vainas de cacao, dieciséis collages pictóricos, muchos esténciles, más de doscientos Post-it, pegatinas y un par de docenas de monedas de chocolate comestible conforman este universo.
Cada pieza es una metáfora, una huella, una pregunta: ¿De qué estamos hechos cuando el trabajo se vuelve la única forma de existir? ¿De qué color es la libertad cuando la pintamos con cacao, cemento y tinta? ¿Dónde están las investigaciones sobre la representación del otro en el arte local?
De inmediato pensé, que Coco, es parte de mis preguntas constantes, soy consecuente, del pasado próximo, por lo menos de los últimos 20 años, en esta misma sala, en el 2005, cuando, expusimos 100% americano, una identidad otro pueblo. En el que todo empezó. Y en el que me preguntaba y me sigo preguntando sobre las performatividades del otro, el que habita la calle en el espacio público. Con la obra Fino guardián, de mi proyecto de grado.
Por eso, Coco, hoy no es solo una instalación; es también una invitación a repensar los símbolos que heredamos: el niño, la semilla, el sudor, la dulzura. He querido que las esculturas, las imágenes en serie, parecidas a certificados notariales dialoguen con la historia del arte santandereano y, al mismo tiempo, con los debates contemporáneos sobre el antinatalismo, la teoría queer (cuir) y el trabajo asalariado como nuevas formas de esclavitud moderna. Semillas que no eclosionaron, inspiradas en el legado de una de mis escultoras favoritas: Feliza Bursztyn.
En este recorrido también me interesa abrir la mirada hacia los cuerpos disidentes, los cuerpos queer, cuir, que cuestionan las narrativas hegemónicas de género y trabajo, desarmando la idea de que solo existe un modo legítimo de vivir, producir o amar. El antinatalismo aparece aquí como un gesto político y estético: la decisión de no reproducir no es ausencia, sino creación de otros futuros posibles, semillas que germinan en formas distintas de comunidad. Y la esclavitud moderna, disfrazada de contratos y métricas de productividad, nos recuerda que la dulzura del cacao sigue cargada de amargura, que el mercado aún se alimenta de cuerpos invisibilizados. Coco quiere ser entonces un espacio para pensar cómo resistimos desde la fragilidad, cómo inventamos ternuras que se rebelan contra las cadenas del presente.
Sé que suena complejo, pero en el fondo es sencillo: hablo de los cuerpos que trabajan, de los cuerpos que aman, de los cuerpos que deciden no reproducirse, de los cuerpos que han sido invisibilizados, de los cuerpos que crean. De las semillas que no germinan.
Mi papá tenía un taller de exhostos, y fue allí donde aprendí el lenguaje del metal, el calor del fuego, la paciencia del pulso. En cierto modo, este proyecto también es un homenaje a él: a su taller, a su oficio, a la manera en que el arte y el trabajo manual pueden encontrarse sin jerarquías.
Y si en 2013 mi proyecto Moliendo se centró en el maíz como alimento materno, ahora Coco habla del cacao como alimento paterno: una semilla amarga, fuerte y resistente, como lo somos quienes seguimos creyendo en la potencia estética del territorio.
No quise hacer una exposición cerrada en sí misma. Por eso, tendrá una segunda parte, “claro si hay presupuesto o una beca”, en esta ocasión tendrá una visita guiada, un taller de fanzine y collage, y un conversatorio donde el arte se morderá con el pensamiento, como una tableta de chocolate que se derrite despacio. Allí seguiremos explorando cómo el arte puede cuestionar las estructuras que parecen naturales, cómo puede volver visible la fragilidad, la ternura y la ironía en medio del cemento.
Ustedes están frente a una serie de obras que son honestas en la medida que son mis ejercicios de taller de este año, certificaciones arrancadas de mi libreta de dibujo, algunas de ellas que se alejan del virtuosismo o la maestría, pero que son ejercicio honesto plástico y conceptual de mis sesiones de taller y reflexión dese el hacer.
A la comunidad académica de la UIS, al equipo del Auditorio Luis A. Calvo, y a todas las personas que colaboraron en la realización de esta muestra.
Y a quienes hoy están aquí, dispuestos a dejar que el arte les hable desde lo dulce y lo amargo, desde lo bello y lo incómodo.
Porque el arte, como el cacao, necesita tiempo para fermentar. Solo así se vuelve aroma, sabor, memoria. Solo así puede recordarnos que la belleza también puede ser resistencia.
Enlace ingreso a catalogo de la obra: https://www.calameo.com/books/0078633834676c8229538?authid=9cEt5GOPi6KQ

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