Sofía Rodríguez García y la poesía en su justa medida


Ese lugar que evoca memorias

Sofía Rodríguez García y la poesía en su justa medida


“‘El bar de la avenida 33, de Ambivalente Editorial, es la nueva obra poética de la escritora Sofía Rodríguez García”

Por regla casi natural, la literatura, como forma de vida, ha estado sabiamente vinculada con algún lugar en donde la psicodelia es la voz cantante.  Muchos movimientos literarios en Colombia y en otras partes del mundo se consolidaron alrededor de un famoso café, lupanar o bar. “La cueva”, con sus infinitas historias, albergó a luchadores nocturnos e insomnes como Gabo y Obregón. En el caso particular de la poetisa Sofía Rodríguez García, un famoso bar de la avenida 33 de Bucaramanga se fue convirtiendo, sin proponérselo, en el lugar de donde partieron muchas de las imágenes que están condensadas en su nueva obra poética.  Algunas de ellas surgieron de este sitio. Otras, fueron esbozadas en el fragor de la madrugada, la rumba, los ácidos y demás elementos. Ese espíritu de rumba y desenfreno que los lectores encuentran en “Que viva la música”, de Andrés Caicedo, permea con otro son en estos ambientes tan propicios para el universo personal de la poesía.

“El bar de la avenida 33” es una obra que reúne la experiencia de una gran poeta. No es un libro para todos. Sus versos, por momentos, son herméticos.  Cada poema se asume como una robusta fortaleza que hay que franquear con la ayuda de la lectura acompañada de todos los sentidos. Cada imagen que construye es una evocación nostálgica que está imbuida de los elementos de la noche. En esas horas en donde la mente está más activa, como en un rol felino, su poesía arremete de manera contundente.  Versos que emanan del fin del día para beber en ese “parque de memoria” en donde la temible “Guillotina del tiempo” estremece sin cesar. El yo poético que recorre cada página reconoce su esencia: “Pongo una botella en mi boca, para no despertar a nadie”. En esa infranqueable batalla consigo mismo surgen imágenes como: “Tendré que cuidar ese vientre que se cae / desahogado en aguijones”, “No se puede desvelar el tiempo / masticando ficciones”, “Ven a la fiesta conmigo / habrá serpentinas de líneas y gargantas ácidas”, “recorrerme en ti / como hotel viejo y deshabitado”, “Me despierto gritando por los abusos del miedo”, “Me atormenta la lengua esta ciudad / de inmóviles pintores y refrigeradores”, entre otros versos que están mediados por esos “tiempos de azotes”.

En medio de la música, el licor, las mentiras, la fiesta, todo puede ser. Cada pesadilla, cada evocación y cada recuerdo toman forma. “La mesita de centro del bar de la avenida 33” es la “Espectadora de recuerdos, / de discursos atrapados, acompañante de aves perdidas y danzantes, amante de resucitados con sus nostálgicos protocolos, desmayados por tanta acrobacia / La mesita de centro del bar de la avenida 33 / purga los insomnios sin ponzoña, / remueve los ojos deshabitados en el rito / y cuando aumenta la noche detiene las despedidas / en su íntima música de hirvientes desvelos”. Así como señala su autora, “la noche existe para alguien”, así este libro existirá para aquel ser que se deje embriagar con el elixir de su poesía que lleva el caudal de sus palabras a un elevado nivel en donde la libertad es la eterna soberana en medio de la anarquía de las pasiones.

‘“El bar de la avenida 33”, además de ser un homenaje a Edith P. Villalobos, nombre tatuado dentro de su ser, rinde tributo a la obra gráfica de Luis Alfredo García, abuelo de la artista”  

Comentarios

Entradas populares de este blog

Colección: riqueza y vitalidad

DE.LICA.DO DÉ. LICA.T en la Alianza Francesa de Bucaramanga

Féminas: Rostros y Rastros - Un Viaje Psicológico a Través del Retrato y la Materialidad